Santa Ana, madre de la Virgen María y abuela de Jesús, es una figura venerada por su fe inquebrantable y su maternidad tardía. Su historia, aunque no detallada en los Evangelios canónicos, es rica en tradición y devoción popular, transmitida a través de los Evangelios apócrifos y la Leyenda Dorada.
Ana, esposa de Joaquín, estaba afligida por la esterilidad, considerada en la época un signo de desfavor divino. A pesar de las dificultades, la pareja nunca perdió la esperanza, perseverando en la oración y en la caridad. Su fe fue premiada con el nacimiento milagroso de María, destinada a convertirse en la Madre de Dios.
La veneración de Santa Ana se difundió ampliamente en el Cristianismo, reconocida como patrona de las madres, de las parturientas, de las abuelas y de las mujeres en espera de un hijo. Es invocada por la fertilidad, por un parto sereno y por la protección de la familia. Su figura encarna la paciencia, la perseverancia en la fe y la alegría de la maternidad, convirtiéndola en un ejemplo luminoso de virtud y esperanza para todos los creyentes.