El Crucifijo, símbolo central de la fe cristiana, representa el sacrificio de Jesucristo por la redención de la humanidad. Su veneración hunde sus raíces en la Pasión y Muerte de Cristo, eventos clave narrados en los Evangelios. Desde los primeros siglos, los cristianos han venerado la cruz como instrumento de salvación, aunque las primeras representaciones eran a menudo simbólicas (como el ancla o el pez). Solo a partir del siglo IV, con la paz constantiniana, se difundieron las representaciones del Cristo crucificado.
La veneración del Crucifijo es profunda y multiforme. Es un recordatorio constante del amor incondicional de Dios, del sufrimiento redentor y de la esperanza de la resurrección. Cada fiel, contemplando el Crucifijo, es invitado a meditar sobre el misterio de la salvación, a reconocer la propia fragilidad y a encontrar consuelo en la misericordia divina. Es un objeto de oración, de contemplación y de inspiración para una vida de caridad y sacrificio, siguiendo el ejemplo de Cristo.