El ángel de la guarda, figura intemporal en la tradición cristiana, no es un santo canonizado, sino una entidad espiritual. Su veneración tiene sus raíces en la convicción de que Dios asigna a cada individuo un ángel protector desde su nacimiento, encargado de guiarlo, inspirarlo al bien y defenderlo de los peligros. Esta creencia, presente ya en el Antiguo Testamento (Salmo 91,11: "Él dará orden a sus ángeles para que te guarden en todos tus caminos"), se ha desarrollado en el Nuevo Testamento y en la teología patrística. La fiesta de los Ángeles Custodios se celebra el 2 de octubre, en testimonio de la importancia de estas figuras celestiales en la vida de los fieles. Ellos son vistos como mensajeros divinos, intercesores y compañeros silenciosos en el camino terrenal, símbolo de protección, esperanza y de la constante presencia de Dios.