El Ángel de la Guarda, figura central en la fe cristiana, no es un "santo" en el sentido tradicional de persona canonizada, sino más bien una entidad espiritual. Su veneración hunde sus raíces en la convicción bíblica de que Dios asigna a cada individuo un ángel protector, un mensajero celestial encargado de guiar, defender e interceder por el hombre. Esta creencia, presente ya en el Antiguo Testamento (Salmo 91,11-12), se refuerza en el Nuevo Testamento con las palabras de Jesús (Mateo 18,10). La Iglesia católica celebra la fiesta de los Ángeles de la Guarda el 2 de octubre, reconociendo su papel fundamental en la vida espiritual de los fieles. Ellos son vistos como compañeros silenciosos y poderosos, testigos de nuestra existencia e intercesores ante Dios, un puente entre lo divino y lo humano.